No hay muchas cosas en este mundo que tengan la capacidad de conmover a todas, o a casi todas las personas.
Los corazones se endurecen a lo largo de los años y de las dolorosas experiencias que nos brinda la vida. Las decepciones y los engaños llevan a muchos a perder la fe en las personas, a que dejen de confiar o de esperar nada de los demás.
No obstante tengo la sensación que para cualquier persona, sea una incrédula o un escéptico de la humanidad, es inútil intentar evitar que surja una sonrisa en la comisura de sus labios, cuando tiene la suerte de cruzarse con luciérnagas en un sendero, cuando éstas surgen sin más mientras se está sentado disfrutando del caer de una cálida noche de verano en el porche o en el jardín. ¿Qué tienen esos seres mágicos que son capaces de hechizar a todos con su parpadear, aparecer y desaparecer?
Aun me acuerdo la primera vez que vi cómo se encendía una lucecita voladora en el jardín para ocultarse unos segundos después. Fascinación es la única palabra que encuentro adecuada para describir la sensación que me invadió. ¿Cómo podía aquello ser posible? ¿Sería una estrella que habría bajado a la tierra? Mi cerebro tardó varios segundos en procesar lo que veía, en digerir que algo pudiera recoger tamaña belleza.
Primero notas a una, que es la que te sorprende. Luego otra y algunas cuantas más… En pocos instantes estás rodeado de pequeñas oscilaciones de magia en una de las muchas veredas de la vida.
Luego te pones a perseguirlas porque quieres ver cómo funcionan, ver como es el pequeño ser que tiene la capacidad de generar luz propia. Las encierras en un bote de cristal en un vano intento de poseer la magia que desprende, únicamente para darte cuenta minutos después de que la estás matando, ya que cuando los aprisionas se encienden solamente unas pocas veces más. Aprecias que es un insecto muy normal y te decepcionas, porque esperabas ver algún tipo de hada. Pero no le sueltas, no le devuelves a la libertad que antes disfrutaba, porque en tu interior habita una esperanza de que vuelvan a encenderse exclusivamente para ti.
Las noches siguientes buscas más luciérnagas, ansioso por volver a encantarte con el silencioso espectáculo de luces de la naturaleza. Pero cada día las ves menos, y crees que es por haberlas capturado alguna vez, sin entender que fue al tocar el entorno donde habitaban cuando has contribuido a que dejen de encontrarse. Ya que las luciérnagas no migran, huyen o buscan otro sitio. Ellas simplemente desaparecen en la noche oscura, dejan de brillar y luego de existir.
¿Los culpables?
Nosotros sin lugar a dudas, con nuestro estilo de vida insostenible, nuestra ansia de poseer a todo, destruimos su hábitat natural, contaminamos con pesticidas y con demasiada luz. Una contaminación lumínica que las engaña, que las maltrata.
Hace mucho, mucho tiempo que no veo una luciérnaga y eso es porque estamos haciendo con que desaparezcan, como tantas otras cosas, animales, plantas, ríos a los que maltratamos con nuestra ambición por dominar y conquistar, destruyendo todo lo que se interponga en el camino. Dichosa ansia de adueñarse del mundo.
Hoy me pregunto cuántos niños no tendrán siquiera la oportunidad de ver nunca a una luciérnaga. De apreciar algo tan efímero y al mismo tiempo tan extraordinario. Algo que seguramente les haría desviar la mirada de sus dispositivos electrónicos, por un largo rato. Vida en estado puro, naturaleza indómita y enternecedora al mismo tiempo.
¿Qué estamos haciendo con nuestro mundo? ¿Con el hogar de nuestros hijos y nietos? ¿De cuánto más les vamos a privar? Las luciérnagas son apenas un ejemplo de todo lo que estamos dejando escapar de este misterioso universo, de lo que nos estamos perdiendo.
¿Porque seguimos esperando que algo pase? ¿Que alguien haga algo por nosotros? ¿Es que no nos damos cuenta que el cambio tiene que surgir de dentro? La conciencia debería estar más despierta a lo que estamos haciendo a nosotros mismos. Sin embargo nos engañamos cada día, creyendo que es culpa de los demás si todo va tan mal. Pensamos que no somos nadie, que no tenemos fuerza suficiente para luchar por lo que debe cambiar. Pero a su manera cada uno podría aportar un pequeño grano de arena, simplemente con avivar la voluntad de ser parte de un cambio. De una conciencia más ecológica y sostenible. Puede que no sea suficiente, pero vale la pena intentarlo. Vale la pena dejar de ser enemigos de nosotros mismos.
Vale la pena ser esa lucecita solitaria en una noche cálida de verano que despertará la ilusión de los que les rodean y que hará que pronto la magia vuelva a suceder.
Monique Briones
Vía: http://jardinesconalma.com/2016/09/luciernagas-en-el-jardin.html
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